Hoy os traigo un cuento escrito por mí al cual tengo muchísimo cariño.
“VIVIR
PARA RECORDAR”
Tiros,
gritos, muerte, silencio. Parece un sueño, pero para mí, todo fue real.
No sé si
debería llamarlo suerte, muchos,
incluso, hablan de milagro. La muerte pasó por delante de mí, sin tan siquiera
mirarme, como una fría exhalación en un océano de sangre.
Creo que
todos tenemos nuestra suerte en esta vida y quizás ese no era mi momento.
Aunque, cabe decir, que yo no creo en las casualidades.
Aquella
mañana de noviembre me levanté más tarde de lo habitual. Los numerosos exámenes
de esa semana, habían causado estragos en mi cuerpo y el cansancio se aferraba a mis huesos con
gran intensidad. Desayuné aún adormilada, y corrí en dirección
a la universidad, donde me esperaba otro monótono viernes que anunciaba un fin
de semana aburrido.
Llegué con el tiempo justo para recoger mis libros de la taquilla,
aunque algo extraño le sucedía esa mañana. Por más que probaba una y mil veces
la combinación, no se abría. Esas cosas me sacan de quicio y no puedo decir que
la paciencia sea mi mayor virtud, por lo que terminé golpeando el rudo metal
verde oscuro hasta dejarme pintura descascarillada en los nudillos. De repente,
una mano fuerte me agarró por los hombros y me apartó de mi metálico
contrincante, con fuerza. No pude verme, aunque la ira, o tal vez la vergüenza,
ascendían por mi tez pálida, volviéndose de un rojo intenso.
Levanté la vista y me topé con unos ojos de un azul gélido electrizante,
que parecían hundirse en las profundidades del mismísimo océano. Esos ojos pertenecían
a un joven algo mayor que yo, el cual me
observaba atónito con una media sonrisa dibujada en su rostro.
-¿Qué te
ha hecho mi pobre taquilla?- me dijo- con un acento francés chapurreado,
mientras reprimía una carcajada.
Y entonces
lo miré y me percaté de que aquella magullada taquilla no me pertenecía. La
había confundido.
-La
próxima vez no te escaparás tan fácilmente -me dijo, guiñándome un ojo.
En ese
momento sonó el timbre que anunciaba el inicio de las clases y salí corriendo.
Creo que
nunca me había sentido tan estúpida, me martirizaba, no podía concentrarme. Esos
enigmáticos ojos azules nublaban mi memoria. Aunque algo en mí me decía que un
halo oscuro se cernía sobre ellos.
Durante
todo el día, en los cambios de clase, lo busqué con la mirada. Pregunté a mis
compañeros, pero nadie sabía nada de aquel joven. Al final de la mañana, cuando
ya había perdido toda esperanza de encontrarlo, lo vi. Se encontraba en el
centro de un pequeño grupo de amigos, con un cigarro en la mano, con el cual,
señalaba en un pequeño mapa de la ciudad. Serían alumnos nuevos, pensé, nunca
los había visto por allí. Al verme, é me saludó con un leve movimiento de cabeza y su sonrisa iluminó mi rostro de
felicidad.
La tarde
se presentaba tranquila, y yo, absorta en la rutina diaria, caminé con aire
soñador hacia casa, por las frías calles de la capital.
Por el
camino me encontré con mi mejor amiga, Chloé, radiante de felicidad y con un folleto
en la mano, que anunciaba un concierto
de rock. La miré dudando, pues a ella no le gustaba ese tipo de música.
Al ver mi
cara de sorpresa, rompió en una de sus monumentales carcajadas, que hicieron temblar
el suelo a nuestros pies, y me dijo: -
¿Adivina quién me ha invitado a su concierto esta noche?
En verdad,
yo sí lo sabía, llevaba meses escuchándola hablar de un tal John, un joven
británico que presumía de formar parte de una pequeña banda de rock.
Charlamos
un rato, durante el cual me contó que su nuevo fichaje era el telonero de una
importante banda de rock, “Eagles of Death Metal”, que tocaba esa
noche en la ciudad.
Intentó
persuadirme para que me fuera con ella, para que no la dejara sola, y todavía
no comprendo cómo accedí a ir a ese lugar, pues la timidez suele decidir por mí
en la mayoría de las ocasiones.
Era de
noche y desde la puerta de esa gigante sala de fiestas ya se podían escuchar
los gritos y vítores hacia el conocido grupo, el cual ya empezaba a entonar los
primeros acordes al sonido de una guitarra amplificada. Y entré junto a mi
amiga a ese local, donde estaba a punto de empezar la noche de nuestras vidas.
No sabía
cómo, pero envuelta en esa atmósfera de focos incandescentes, comencé a saltar
y a reír al ritmo de aquella música estridente, que comenzaba a parecerme
hermosa. Llevábamos alrededor de una
hora inmersas en ese mundo de risas, cuando empezó a entrarme sed y me separé
de Chloé unos instantes para pedir unos refrescos en la barra. En ese momento comenzó
mi pesadilla.
En medio
de aquel bullicio, un sonido atronador reventó mis tímpanos. En un principio pensé
que era un espectáculo pirotécnico, pero luego se oyeron gritos de todas partes
y lo comprendí. Eran disparos.
No sabía
qué hacer, el miedo se había apoderado de mi ser. Mis movimientos se asemejaban
a los de una marioneta rota, balanceada por el viento. Intentaba reconocer algo
que me aportara la seguridad de que no estaba sola en esa burbuja de dolor y me
acurruqué lentamente en una esquina con el deseo de pasar inadvertida.
Abrí los
ojos a causa del hedor que producía la mezcla de pólvora y sangre. Entonces lo
vi y noté que mi corazón daba un vuelco.
Mi mirada
se cruzó con la suya un leve instante, lo que fue suficiente para que pudiera reconocerle.
Aquellos gélidos ojos azules, impregnados de sangre, helaron mi cuerpo y
entonces, en mi cabeza resonaron con ímpetu
las palabras que en aquel momento
me parecieron tan lejanas como letales: “La próxima vez no te escaparás tan
fácilmente”.
Apuntó su
arma hacia mí y me preparé para morir. Escuché dos tiros, pero no hubo dolor.
Volví a abrir los ojos, pero las lágrimas me impedían visualizarlo, aunque lo
sentí. Me empujó detrás de una puerta con una suavidad que nunca habría creído
posible en un asesino, y se fue.
Me quedé
quieta, no sabía si todo había sido un sueño, si estaba muerta. Poco a poco
dejé de escuchar ruido y el silencio inundó la sala contigua. Mi mente estaba
nublada, no comprendía por qué me había salvado la vida. Yo no era nadie.
De
repente, alguien abrió la puerta y gritó algo, pensé que había vuelto para
rematarme. Pero cuál fue mi sorpresa al descubrir que no era él, sino la
policía. Me sacaron de allí y entonces la vi, mi mirada se posó en una rizada melena
rubia, esparcida en un charco de sangre, en un mar de cadáveres. No pude más,
me desmayé.
No sé cuánto tiempo ha pasado desde aquello.
Los recuerdos se amontonan en mi memoria y día tras día la culpa me corroe por
dentro hasta que el dolor me hace gritar. Mi mente está nublada por el hielo de
la mirada de aquél joven enigmático que me perdonó la vida, el asesino de
Chloé.
Nunca más
lo volví a ver, pero me suele visitar en mis pesadillas, donde lo veo una y otra vez matar a Chloé.
Quizás
esta era su mayor arma mortal, el dejarme vivir para recordar.
Viernes, 13 de
noviembre de 2015
“Todos somos París”
*Primer premio en el concurso "Ángeles Pascual" 2016
Qué bonito!
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Un beso!
Me alegro de que te haya gustado!!
ResponderEliminarA tí por leerlo!
Besitos
¡¡¡¡¡Impresionate!!!! Gracias por compartir
ResponderEliminarQué bonito tu relato!!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho!!
Enhorabuena por ese premio, muy merecido.
Un beso !!
Muy bonito, muchas cosas por compartir cosas tan bonitas con todos nosotr@s.
ResponderEliminarMe encanto el relato *-*
ResponderEliminarGracias por compartirlo, un beso :D
Hola! Me hace tantísima ilusión leer vuestros comentarios...! Me anima a seguir escribiendo!
ResponderEliminarPd: Ya está publicada otra reseña, pasaos!
Besitos
Es una preciosidad de relato Zoë. Tienenes "muy buena madera", joven escritora. Será un placer seguir tus evoluciones en este apasionante mundo de la literatura. Ya estoy deseando leer más.
ResponderEliminar; ) MC. Navarro
Hoy he tenido una experiencia fantástica en una clase de tu antiguo colegio San Francisco. He utilizado tu fantástico poema Amor olvidado como ejemplo de texto literario. Lo ha leído muy bien una de mis alumnas y luego lo hemos comentado. ¡Escribes muy bien! Les ha encantado.
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