Siempre
me ha gustado el mar.
Desde
que era pequeña todos los veranos voy con mi familia al mismo pueblecito
costero y es de esos lugares con magia. Muchas tardes, cuando anochece, me
gusta ir al muelle y ver cómo se van dibujando las primeras estrellas mientras
el cielo se degrada en colores cálidos hasta fundirse con el mar detrás de las
montañas. En ocasiones se pueden atisbar una bandada de gaviotas que vagan en
mismo sentido hacia el horizonte, como si tuvieran un rumbo definido. Siempre
me he preguntado a dónde irán cuando acaba el verano. Una vez que el sol se ha
acurrucado en la línea del horizonte y la oscuridad comienza a abrazar la arena,
todavía quedan algunos minutos para que se enciendan las farolas. Cierro los
ojos y en el ambiente se puede respirar el olor a mar, la sal se adhiere a mis
párpados y tan solo se escucha el leve rumor de las olas que rompen contra el
muelle a un ritmo acompasado. La brisa trae recuerdos y sonrío, cada verano es
diferente, más bonito, me digo a mí misma. Abro los ojos, las farolas ya se han
encendido, es hora de volver.
Rocío Savas
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